Por Jara Cosculluela: experta en género, diversidad y derechos humanos. Una profesional y activista social que tiene como aliada a la poderosa Comunicación y que acompaña al alumnado participante en su proceso formativo como agentes de cambio.
A menudo asistimos a talleres que nos explican las bondades de las herramientas para sostener una comunicación inclusiva, pero, también a menudo, hay una pregunta que flota en el fondo que queda sin ser respondida y, peor aún, sin ser ni siquiera planteada, sin ser ni siquiera revelada. En otras palabras, si damos por hecho que necesitamos herramientas para comunicarnos de manera inclusiva, esto directamente quiere decir que la comunicación no lo es. La acción formativa “Herramientas para una comunicación inclusiva” va de hacer emerger esta pregunta: ¿será que la comunicación no es inclusiva? y de probar y probar en común hasta dar con las respuestas.
Responder a esta pregunta y encontrar sus respuestas no es trivial, sobre todo si consideramos que desde los ámbitos que trabajamos para la justicia social -como lo son el Trabajo Social o las ONGDs, por ejemplo- la comunicación es una de las herramientas más valiosas a nuestra disposición. La revista “Trabajo social a tu lado” -y el proceso que detrás esconde- es una muestra clara de ello, donde la comunicación es la vía por la cual los saberes y experiencias se socializan y se producen efectos concretos sobre la ciudadanía.
Comunicar es poder, por lo que conviene analizar bien quién ha nombrado el mundo y sus cosas desde siempre y ha modelado sus significados.
La comunicación va más allá del lenguaje hablado, de las palabras que quedarán impresas en nuestra revista. La feminista Teresa de Lauretis, en su obra Alicia ya no, en la que entrelaza feminismo, cine y semiótica, arranca con un diálogo en el que Alicia ha llegado al centro del laberinto, al centro del lenguaje, al centro de su viaje por el país de las maravillas y es allí donde se encuentra a Humpty Dumpty, que le explica en tono soberbio: “Cuando yo uso una palabra, significa lo que yo decido que signifique, ni más, ni menos”. Nuestra protagonista replica: “La cuestión es si usted puede hacer que las palabras signifiquen cosas diferentes”. Humpty Dumpty gira la pregunta y la conversación: “La cuestión es quién es el amo, eso es todo”. Alicia y De Lauretis coinciden: comunicar está profundamente relacionado con el poder, con las relaciones de poder.
Así que ya tendríamos una de las primeras respuestas a la pregunta de fondo: comunicar es poder, por lo que conviene analizar bien quién ha nombrado el mundo y sus cosas desde siempre y ha modelado sus significados. Desvelar y desnaturalizar el androcentrismo, por ejemplo, es fundamental. Pero también lo es desvelar y desnaturalizar la mirada blanca y colonial que, en nuestro país, apenas está comenzando a ser revisada ahora. La comunicación y, en su caso, “el lenguaje constituyen, como mínimo, el reflejo de la sociedad que lo utiliza”, como explicó tantas veces la experta Teresa Meana, por lo que la comunicación será, como mínimo, reflejo nuestro. Pero podemos ir más allá; si la comunicación está entrelazada con el poder, disputémosla. La ciudadanía activa a través de la movilización social, puede hacerlo. Un buen ejemplo es la gran movilización y campaña feminista de la transición “Jo també soc adúltera”, en la que una multitud de personas se auto-enunciaron con la palabra del delito; se nombraron con el delito o el insulto aquellas que no tienen potestad para nombrar y dar significado. Igualmente, seamos conscientes de algo: comunicar de manera inclusiva pasa por el cambio de “las estructuras sociales que producen y potencian esta utilización”, aunque, de manera estratégica y paralelamente, podemos incidir al mismo tiempo en “la realidad y en la lengua y establecer una influencia entre ambas” de tal forma que los cambios que produzcamos en el lenguaje permitan, al menos, nombrar -y nombrar bien”, en palabras de Meana.
Comuniquemos en un mundo desigual para transformarlo todo
Comuniquemos en un mundo desigual para transformarlo todo. Expongamos quién es el amo e intentemos girar las preguntas y la mirada; demos voz a quienes no tienen potestad y asumamos la responsabilidad de producir significados nuevos, compartidos y transformadores. Todo ello, con las herramientas para hacer la comunicación una vía de inclusión, ojo, sin parecer robots que siguen una receta de cocina: pongamos todo nuestro sentido crítico a su disposición y atrevámonos a comunicar bien. (Para un siguiente encuentro, aparece la siguiente pregunta: ¿qué será eso de comunicar bien?)